A mediados del siglo XVII una monja de Ágreda (Soria), María de Jesús de Ágreda, con fama de visionaria y milagrosa, amistó nada menos que con el rey Felipe IV, del que se hizo una especie de consejera y, de camino, le sacaba algunas prebendas para el convento y el pueblo. Incluso se dice que aconsejó al monarca firmar las paces de Westfalia (1648) y de los Pirineos (1659) para poner fin a la sangría de las guerras en las que participaba España. Esta monja, entre otras cualidades, poseía el don de la bilocación, o sea, podía estar en dos lugare