Entra en el Bar Oliva, un café en un suburbio del sur de Madrid, y retrocede 44 años. El general Francisco Franco, el dictador de extrema derecha, murió en 1975, pero su espíritu sigue vivo en el local, donde sus retratos cuelgan de las paredes, su busto está detrás del mostrador, su cara asoma en las etiquetas de las botellas de vino y un mapa de su campaña victoriosa durante la Guerra Civil española pende sobre una mesa.