De un tiempo a esta parte los principales puertos del país están muy revueltos, y no precisamente por causa del estado de la mar, sino más bien por causa del Estado, sin más. En realidad, tal cosa no debería extrañar a nadie, porque uno de los más claros síntomas del Estado clientelar y del capitalismo de amiguetes es el descontrol en la gestión de los recursos públicos, especialmente a la hora de adjudicar y vigilar la obra pública, y en los puertos se hace mucho de eso.