“¿Tener otro hijo más? Ni se me pasa por la cabeza... Uno ya es suficiente responsabilidad”, asegura tajantemente Yao Yi, de 32 años, gerente de una escuela infantil de kung-fu en el noreste de Pekín y madre de una niña de ocho años. Su hija asiste a una selecta escuela pública y los días libres recibe clases extras de pintura, música y kung-fu, un gasto de dinero y tiempo considerables. “No lo podría hacer con otro hijo”, dice Yi.