He aquí la noticia con la que me topé ayer, mientras hojeaba el periódico: "Calzoncillos de Göring y calcetines de Hitler, a subasta en Múnich". ¿Por qué la moral y el decoro van a exigir que nadie pueda sacarse unas pelas vendiendo los sedosos –e inútiles– calzoncillos de Göring? Si todo se compra y todo se vende, ¿por qué no la historia misma, al margen incluso de lo que impliquen sus hechos? Cuando Hannah Arendt describió, con espanto, la heladora banalidad del mal, posiblemente no pensó en la aún más heladora capacidad de comercializarlo...