Ni la más rufianesca fantasía podía imaginar tan burda inmolación aragonesa, tal negación de su historia, su Reino y de su Corona, que con la de Castilla rehizo la de España y como suya la defendió siempre. Mientras Agustina de Aragón, que era de Barcelona, defendía en Zaragoza a los españoles de Napoleón, Isidoro de Antillón, que era de Teruel, firmaba en Cádiz las mejores páginas de nuestra primera constitución. Y resulta que a Jaime I, Fernando el Católico, Gracián, Aranda, Goya o Palafox les faltaba el derecho de autodeterminación.