Foucault consideraba la institución educativa por excelencia como un lugar en el que los sujetos entraban por la fuerza y del que no tenían salida posible. Centros donde la disciplina se ejercía con mano férrea y era absolutamente visible y tangible. Sin embargo, algo estaba cambiando, según Deleuze, que anunciaba la agonía de ese sistema de encierro y de conminación.