Que el españolismo haya recibido la irrupción del nuevo jefe de la policía, Pedro Soler, como un caso de hooliganismo totalitario y de pureza independentista muestra hasta qué punto la normalidad en la gestión de un país (en este caso, que se disfrute de una policía al servicio de su pueblo) ha sido una excepción en la política catalana de los últimos lustros. La policía es nuestra, ciertamente, y ésta no es una sentencia golpista ni excluyente, sino la frase que debería poder pronunciar cualquier habitante de una nación próspera y recta.