Decía en un interesante ensayo el pensador estadounidense Jeremy Rifkin que “el sueño americano es un sueño por el que merece la pena morir, mientras que el sueño europeo es un sueño por el que merece la pena vivir”. Apenas llevábamos un lustro de siglo XXI y la UE era el asombro de los ignorantes. Un convoy que transitaba con locomotoras bien engrasadas (Francia y Alemania), alimentada con carbón de escasa calidad (Irlanda, España, Portugal y Grecia) y al que cada vez se unían más vagones (Países Bálticos, Eslovenia, etc.), tantos que el túnel