Hay tantos letreros, tanto ruido, tal velocidad que no vemos las ideas que gobiernan las plazas y las avenidas. La calle es, desde hace siglos, un lugar para hombres. No es de las mujeres que tienen que caminar detrás de sus maridos, como ocurre en Japón; ni de las saudíes porque no les dejan conducir. Tampoco les pertenece a las mujeres de los países en los que las miran mal si van solas por las aceras. La ciudad no estará bajo sus dominios mientras tengan que andar en guardia para evitar que un agresor las asalte en una callejuela.