El perdón a Arpaio es una nueva amenaza a la democracia, una burla cínica. Trump acaba de teatralizar un perdón a sí mismo. Arpaio ha desobedecido de manera flagrante a jueces federales que le ordenaron detener una práctica racista, regido una policía a su medida, interpretado la ley a su gusto y violado sistemáticamente los derechos de miles de personas —inocentes o no— con el único afán de hacer lo que él cree que es correcto. En Arpaio, como en Trump, sólo importa la voluntad personal. Si la ley es un obstáculo, hay que brincarlo.