La madrugada llegó inquietante. Todavía desconocíamos por qué, exactamente, había tanta urgencia de tomar la colina. Pero cerca de las ocho de la mañana ya estaba claro: nos retirábamos de Debáltsevo. Se hizo evidente que ese día los depósitos del hospital se llenarían de cadáveres y heridos, y por desgracia, no me equivoqué.