La afirmación de que el “discurso de odio” causa odio, y por lo tanto causa violencia, es superficialmente atractiva, pero cuanto más se piensa en ello, menos sentido tiene. ¿Es realmente probable que personas que de otra manera serían razonables se vean obligadas a odiar y a atacar violentamente a los demás, simplemente porque fueron expuestas al discurso de odio? Los proponentes de ese punto de vista rara vez, si alguna vez, ofrecen alguna prueba directa de esa afirmación. Hay una explicación simple para este fallo: esa prueba no existe.