Lo primero que hay que decir sobre el chiste de los seis millones de judíos en el cenicero del coche es que no tiene ni puta gracia, y eso es lo peor que se puede decir de un chiste. Otro tanto ocurre con el de Irene Villa y el cementerio de las niñas de Alcasser, un chiste tan pésimo y lastimoso que prefiero no repetirlo. Así que la primera acusación contra el flamante edil de Cultura madrileño, Guillermo Zapata, es la del mal gusto; la segunda, la mala memoria, y la tercera y más imperdonable pedir disculpas.