Colomines, no obstante, no se queda ahí: abomina de la utilización del espacio público, aunque por motivos que nada tienen que ver con la ideología. “Poner cruces amarillas en las playas es potencialmente ofensivo para los católicos, por tanto es contraproducente”, advertía. “Además —continuaba—, puede resultar que le quites el puesto de la playa a alguien que quería ir y no tiene sitio para poner su toalla. Por tanto, lo que haces con ello es cabrear a los indecisos. Son los mismos que cortan carreteras o paran trenes.
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Quizás los radicales separatistas deberían reflexionar un poco más acerca de sus acciones, y el daño que están dispuestos a provocar en la sociedad.
Mi alma que cree en que el espacio público es para que lo usen todos sus ciudadanos ve en esa plaza una auténtica aberración anti cívica absoluta.
Que una cosa es quejarse, dar la nota, y montar barullo para que se les oiga y otra que Gandhi a su lado parezca terrorista.
Toda lucha en el tiempo se puede entender cuando te privan de tus derechos básicos: comida, educación de tus hijos, sanidad, futuro...pero en una sociedad burguesa sin problemas reales, en un país europeo moderno y democrático (por mucho que digan), llega un momento en que el personal, más allá de los jóvenes que no tienen nada mejor que hacer que posturear y los realmente creyentes, se cansa. Y no suele tardar mucho en ocurrir.
Y la prueba la tienes en que a la mayoría de los que agitaban banderas como líderes, en cuanto les han dado un toque serio (cárcel, privación de derechos, llamadas a juzgados...) han retrocedido espantados diciendo: "hostias, que pierdo la libertad de disfrutar de una sociedad avanzada y capitalista por un sueño que ya veremos".
Que una cosa es salir a la plaza con slogan y otra acabar en la cárcel.