A Gabriel García Márquez todo se lo perdonaron. Hasta ese infame último libro: Memoria de mis putas tristes, apología de la violación, la misoginia y la violencia contra las mujeres que recibió el mismo aplauso de los caballeros del canon que sus magníficas obras anteriores. Sin duda, García Márquez fue un genio de la literatura, un maestro del reportaje y un artista de la palabra pero eso no le hacía un gran hombre, sí un gran, enorme, escritor.
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También me considero feminista pero la realidad es que a muchas feministas se les va bastante la cabeza a veces en sus causas.
Me da la impresión de que la autora se deja llevar por sus emociones en el artículo; el libro no le gustó, le pareció una aberración misógina, y además asumió que Márquez es la misma persona que su protagonista, lo que me parece una deducción temeraria como poco. Así que no meneo.
Me pareció una novelita vomitiva, físicamente, me revolvió las tripas el desprecio hacia las mujeres que destila la obra. Deseé la muerte a su protagonista, un repugnante violador pederasta.
Dicho esto, creo que debemos separar los autores de sus obras. Nada tiene que ver, por ejemplo, que Picasso fuese un maltratador y un ser humano penoso, mezquino y cruel, con la calidad de su pintura o el hecho de que dibujase como los ángeles.
Además, la libertad de crear es también la libertad de crear personajes monstruosos, de plasmar con pigmentos, imágenes o palabras actos que jamás cometeríamos