Durante el primer cuarto del siglo XVI, los arcabuces aún no se habían generalizado en los ejércitos centro-europeos. En los campos de batalla aún primaban los disciplinados cuadros de infantería formados por mercenarios suizos los cuales, en multitud de ocasiones, se enfrentaban a las tropas tedescas y españolas del emperador Carlos, a los gabachos, los italianos y, en definitiva, a todo aquel que se les pudiera por delante siempre y cuando les pagaran la soldada convenida.