Del mismo modo que los faraones no dispusieron de un ejército estable al menos hasta el Imperio Nuevo, tampoco contaron con un cuerpo de policía organizado. Las labores de mantenimiento del orden estaban repartidas entre diversas instancias, según el lugar de que se tratase. En la corte, los soberanos contaban con un cuerpo propio de guardaespaldas, pero, en cambio, la vigilancia del harén real –la residencia de las mujeres de la familia real y de sus vástagos– estaba encomendada a un grupo de hombres conocidos como sasha.