Un peinado a la última moda; joyas rutilantes en los brazos, el cuello y la cabeza; un elegante vestido de seda: todo formaba parte del aderezo personal con el que las damas de la antigua Roma buscaban encandilar en las reuniones de sociedad, en el teatro o al pasearse en litera por las calles de la Urbe.
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La única razón que se me ocurre para no encontrar atractiva a una mujer de la antigua Roma es el hecho de que lleve unos 2000 años muerta.
En esto sí ha cambiado el patrón de belleza... resulta curioso que ser unicejo pudiera ser algo positivo.