El 22 de mayo, dos hombres mataban a un soldado inglés en plena calle y sin mediar más provocación que la de su mera existencia y la que ellos crearon en sus cabezas. Sin embargo, el hecho en sí no es lo que la autora señala aquí, sino las reacciones de los testigos. Ninguno intentó detener a los hombres después de los hechos. Nadie intentó retenerlos. Una mujer se acercó a charlar con ellos, en un intento por calmarles, y eso fue todo. El resto, hicieron fotos y grabaron vídeos con sus móviles, como en Black Mirror.