Cuando Franco dijo: “Todo queda atado y bien atado”, para tranquilizar a los que creían que la dictadura moriría con él y pedían que su testamento político garantizara la continuidad del régimen para seguir manteniendo sus privilegios, muchos pensaron que se trataba de un farol. Ni en su delirio imperial más optimista Franco pudo imaginar que, 35 años después de muerto, en una democracia con una Ley de Partidos que impide la actividad política a los que, por ejemplo, justifican el racismo y la xenofobia, la justicia estaría del lado de Falange