Crecí en una familia que, como muchas en los años setenta, estaba bastante de acuerdo con la máxima que enunció elocuentemente Simone de Beauvoir en 1949: "No se nace mujer, se llega a serlo". Por lo tanto, mi madre se negó a comprar Barbies a sus hijas; mi hermana y yo tuvimos un montón de Legos y coches de juguete. La lucha contra los estereotipos de género empezaba en casa... Pero de pronto descubrí que, casi sin que me hubiera dado cuenta, las puertas se habían cerrado. Mi hija está creciendo en un mundo que potencia valores medievales.