La ‘cosa pública’, con sus pálpitos de bien común, me parece tan venerable que, de no haber tantos católicos neoconservadores y con tanta voracidad teocrática (no ya cristiana), la llamaría ‘cosa sagrada’ para resaltar su naturaleza ética o moral. Tras esta grave declaración de respeto, lo que critico de algunas de sus concreciones, como la 'Y vasca', sólo aspira a ser algo leve, cosas menores.