Cuando Shih Chin-tay, de 23 años, embarcó a un avión con destino a Estados Unidos en el verano de 1969, voló a un mundo diferente. Creció en un pueblo de pescadores rodeado de campos de caña de azúcar. Había asistido a la universidad en Taipei, la capital de Taiwán, entonces una ciudad de calles polvorientas y edificios de apartamentos grises donde la gente rara vez poseía automóviles. Ahora iba de camino a la Universidad de Princeton. Estados Unidos acababa de mandar a un hombre a la Luna y de lanzar el Boeing 747.