Sería mucho más fácil si estas madres objetoras de conciencia, supuestos profesionales éticos, defensores de familias, y jerarcas eclesiásticos reconocieran, de una vez por todas, que lo que de verdad les molesta es que en las escuelas se pronuncie la palabra homosexual, y que estos no sean perseguidos sino que, al contrario, un Estado reconozca íntegramente sus derechos. España, señoras objetoras, ni es Polonia, ni está gobernada por un par de gemelos homófobos que pretenden iniciar su particular cruzada contra “el mal”.