Hace 33 años una mujer y su hija se presentaron en mi casa para que las ayudara a redactar unas cartas con las que alentar, tras una tragedia sobrehumana, su única esperanza: recuperar a Miguel Ángel, el hijo y hermano menor. La madre rondaba los 55 años; su primogénita, poco más de la treintena. Parecían serenas, cautelosas y, sin embargo, firmes. No dudaron en contarme sus vivencias, sus miedos, sus expectativas.