En realidad no se llamaba Eva, sino Anita. “Un nombre terrible en su profesión”, me dijo, “porque evocaba en muchos hombres una hermana, una abuela, un novia de la adolescencia que les dio calabazas”. Yo no estaba muy de acuerdo, pero cerré el pico. En parte porque qué sabía yo lo que pensaban los hombres polacos, y en parte porque una mujer que en cinco minutos te cuenta que es actriz porno y te invita a un cigarrillo, merece ser escuchada