"Cuando jugábamos con Lego –intuitivo juguete sin instrucciones, libre albedrío– éramos un poco dioses: creábamos y destruíamos, armábamos y desarmábamos y, cada noche, recogíamos los restos del día y los guardábamos en una caja grande que se iba nutriendo de dosis de pequeñas cajitas. Porque nuestros mayores lo tenían bien claro: regalar Lego era regalar el universo."