Aquella velada en el Madison Square Garden, Clay no fue Clay. Tal vez fue el rebelde, el díscolo, Mohamed Alí, pero no fue el Cassius Clay que había sido leyenda del boxeo desde que en 1960, en los Juegos Olímpicos de Roma, se echase al cuello una medalla de oro por su triunfo en la categoría de los semipesados. No, esa noche, Cassius Clay besó la lona, mordió el polvo.