Los Hankins parecían víctimas de algún tipo de maldición. Primero, la madre, Beth, empezó a sufrir dificultades respiratorias. Después, su marido, Jonathan, no paraba de sangrar por la nariz y tener migrañas. Y por último, a Ezra, el hijo de dos años, se le llenó la boca de calenturas. "No podía ni beber agua sin que le doliese", recuerda Jonathan, de 32 años.Ni los propios Hankins ni sus amigos podían explicarse el origen de estos síntomas.