"Los bandidos no son bienvenidos", la pancarta, colocada delante de la obra de un gran edificio en Tokio, parece obvia, pero hoy en Japón, tras décadas de impunidad, simboliza una nueva actitud, más severa, frente a los yakuza. Como la mayoría de grupos mafiosos, los yakuza se han enriquecido con las apuestas clandestinas, las drogas, la prostitución o la usura, pero a diferencia de las Tríadas chinas o la mafia italiana, el crimen organizado japonés no es una sociedad secreta y opera abiertamente desde oficinas conocidas.