Una de las peores cosas de ser gay es que siempre tienes que explicarlo, subrayarlo o matizarlo, y es agotador. Todos los gays hemos tenido que vivir ese momento melodramático de decirlo a los padres, cuando tus hermanos heterosexuales ni se lo plantean. Siempre recuerdo que en mi caso intenté una escenografía cuajada de cojines súper estampados y hasta pensé en encender unas velas, quizás para darle ya un aire icónico. Y mi papá fastidió todo escuchando mi "confesión" y sentenciando: "¡Si siempre lo hemos sabido!"