Joaquín Sabina canta, escribe poesía y pinta monas. O, mejor dicho, dibuja: “Hay meses que no escribo ni un verso, pero todos los días hago cinco o seis dibujos”. Y no satisfecho con esto, el aguardentoso bardo imprime sus garabatos de gatos, botellas o tías en pelotas en forma de libros. Y los vende. Y la gente los compra. Sabina sabe que aunque se tire un pedo y lo envase al vacío, habrá algún fan que pague por él. Así que se puede permitir el lujo de ser franco y llamarle a sus obras “los bodrios que salen de mis manos". Nada más que añadir.