Una noche, ya cerca del amanecer, la puerta del antro se abrió y ante la estupefacción de los cuatro gatos que nos encontrábamos allí, atravesó el umbral una bella dama que parecía sacada de una película de misterio. Llevaba un largo abrigo rojo, los labios a juego y una maleta colgando del brazo. Tenía el pelo negro y rizado y una bella expresión de terror en la mirada. Se sentó a mi lado y pidió un whisky con hielo que mató de un solo trago. Yo no podía apartar la mirada de ella...