Ser médico es una de esas profesiones que puede dar para escribir varios libros con la cantidad de anécdotas que se pueden llegar a dar. Por ejemplo, algo muy común y que da mucho juego es que la gente no se acuerde del nombre exacto de un medicamento, o repetir incorrectamente —aunque con mucha convicción— el nombre de una dolencia porque no recuerdan el nombre real.

Considerando que es el gesto más romántico que nadie ha tenido con él, José Román, de 68 años, cree que la enfermera de su planta está profundamente enamorada de él porque le lleva cada día el desayuno a la cama. “A veces ni siquiera me despierta sino que me lo deja a los pies. Supongo que se queda en un rincón viéndome dormir”, explica Román.

Recuerdo como si fuese ayer una mañana del pasado julio en la que, por trabajo, tuve que estar en muchos sitios en muy poco tiempo. Ese día tuve suerte de cruzarme con gente muy amable y me ayudó a que mi día fuese bien. Vigilantes de seguridad, funcionarios o dependientes de panadería, entre otros: todos ayudaron con su amabilidad y rapidez a que los semáforos estuviesen en verde esa mañana.