Cuando te subes en una avión, estás jugando a una especie de lotería en la que casi nunca ganas nada bueno. Te puede tocar sentarte al lado de un niño que no pare de llorar en todo el viaje, de alguien que ronque como un oso pardo, de unos adolescentes con el pavo subido o con alguien que haga tanto ruido comiendo como un dinosaurio. Pero te toque lo que te toque, nunca serás tan desgraciado como ninguno de los que tuvieron que sufrir a los protagonistas de estas imágenes.
