«Para cuando salió Pablo Iglesias a echarle un capote a Santiago Abascal, su discurso plagado de referencias a referentes conservadores que no ha leído, y si ha leído no ha entendido, sonaba ya vetusto, casi carcamal. El de Adriana Lastra, poco después, prehistórico. Como una vendedora de candelabros intentando colar su producto en la sede central de Iberdrola.»