Llegó hasta nosotros un terrible rumor sobre ciertos acontecimientos en Occidente. Nos decían que Roma estaba sitiada, y que la única salvación para sus ciudadanos era que la pudiesen comprar con oro, y que después de ser despojados de éste fueron sitiados de nuevo, de manera que no solo perdieron sus posesiones, sino también sus vidas. Nuestro mensajero transmitió las noticias con voz entrecortada y apenas podía hablar debido a sus sollozos”.
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Y sin embargo, lo cierto es que, pese a la impresión que causaría la noticia, “el asalto a la ciudad no tuvo consecuencias dramáticas y hay que matizar la visión de la catástrofe total”, afirma Arce. Para Alarico aquel golpe no significaba más que la demostración de su fracaso y, aunque dispuesto a desatar su ira, en el asalto a Roma se mantendría fiel a su deseo de no precipitar el desastre del Imperio.
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Eso sí, el Emperador de Constantinopla tocando palmas aquel día.
Así andaría la cosa...