El otro día estuve visitando el ala de paliativos pediátricos del Hospital Niño Jesús de Madrid. Es una visita complicada; según entras y te fijas en el tamaño de las camas te das cuenta de quiénes son los usuarios, niños que van a dejar esta vida a pesar de su corta edad. Se te revuelve el estómago y solo te queda agradecer lo afortunado que eres. A pesar de la dureza y los dramas que ahí se tratan, en ningún momento tuve la sensación de estar en un velatorio, más bien todo lo contrario, se respiraba vida. Daba gusto ver la cara de todos...
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Mi hijo pequeño tiene una microdelación en el cromosoma 2. Tardará en hablar o quizás no lo haga ya tiene 3 años y medio. Lo ves y como padre me cae la alma al suelo.
Le miro a los ojos y el me está enseñando a vivir. Vivir más despacio, enseñarle todo más constante que un niño de su edad. Sin embargo lo veo sonreír y mi gratitud es plena.
Tener un hijo es tener la felicidad en las pequeñas cosas, cosas que la mayoría de los padres no saben apreciar.
No va a poder ser porque ya es difícil pedir la eutanasia para un adulto, imagina para un niño o alguien que tiene una incapacidad.
Apretaremos los dientes y le veremos irse convirtiéndose en un trapo...
Yo no quiero que una enfermera lo acune y lo lleve a la ventana hecho un vegetal.
Yo quiero que pueda irse sin sufrir en brazos de su familia antes de llegar ahí.
Hablan de cuidar la vida...y es que hay situaciones que no son vida, al menos, no para mí
Me parece muy atrevido decir eso.
Por el resto, mucho ánimo.
Y yo no puedo estar más de acuerdo.