Valga la redundancia, el cine giallo es la manifestación cinematográfica de un fenómeno que comenzó siendo literario: giallo, amarillo en italiano, es el color de la portada de una colección de libros de bolsillo de misterio, crimen y detectives que comenzó a publicar la editorial Mondadori en 1929. Al principio eran traducciones italianas de novelas de escritores británicos como Arthur Conan Doyle o Agatha Christie y estadounidenses como Raymond Chandler y Ellery Queen, que Mussolini trataba de prohibir.
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El giallo parece que aspire a parecerse a ese pasaje, parece que quiera darnos horribles asesinatos, sangre, traiciones, delirios... de forma que resulten curiosamente bellos, artísticos. Componer cuadros expresionistas mediante salpicones de sangre y montoncitos de vísceras, mediante colores chillones y contrapicados de cámara. El giallo es meter la cámara dentro de una pesadilla, de la fantasía de un demente. Si ves cosas como Suspiria o la citada El pájaro de las plumas de cristal con intención de cinéfilo, es posible que no llegues a pasar miedo porque tanto las historias como las actuaciones han quedado ingenuas y desfasadas... pero es fácil amar ese tipo de cine por la extraña belleza que representa, por su cuidada elección de las tomas para chocar al espectador, para sorprenderle, para meterle en esa fantasía demente. Nadie ha manejado mejor el color que el giallo. El technicolor se inventó para este tipo de cine y no para ver los chapines de rubíes de Dorothy sobre el camino de baldosas amarillas.