La culpa del superviviente

Mi vida no es un camino de rosas, ni especialmente difícil. Estudié música de adolescente, hice el CAP, lenguas, he hice oposiciones. No es nada épico, ya lo sé. Me dediqué a la docencia desde los 17 y a los 24 tenía una vida cómoda, sin ser espectacular. Mientras tanto observaba a mis compañeros del conservatorio que, mientras me decían que hacerse profesor era de perdedores, seguían empeñados en opciones estadísticamente hablando imposibles, convencidos de que ellos eran especiales y, en un par de años, serían estrellas.

Al principio no me sentía mal por ellos. Al fin y al cabo todos tuvimos la misma información y ellos decidieron apostar por su ego y asumir que los demás éramos inferiores a sus enormes talentos. Me daban pena sus padres que, por ejemplo, se metían 12 horas de taxi por el cuerpo con 55 años para pagarle a sus hijos de 30 unas clases de violín de las de 100 € la hora a ver si así les compraban una plaza en una orquesta, y los viajes que ellos nunca pudieron pagarse.

Seguí estudiando y, hace unos años, me vine a trabajar a Noruega. Aquí soy "lectora", lo que para los noruegos significa ser profesora de bachiller o post-bachiller. Trabajo en un centro espectacular donde tengo alumnos de un montón de nacionalidades de los programas artísticos y del bachiller internacional. Los medios son abrumadores y todo es precioso. Cuando el año pasado mi horario quedó mediado de horas, el gobierno me pagó un taller de composición musical contemporánea para escribir, grabar y estrenar mis partituras para que "me desarrollara como persona". Siempre he tenido que trabajar para pagarme los estudios y lo de la "barra libre" académica sigue alucinándome.

Al principio era como Paco Martínez Soria, con una gallina fantasma bajo el brazo, y me he ido acostumbrando a muchas cosas.

¿Cuál es el problema?

Que cada vez que veo a mis compañeros tranquilos y felices, o a mis alumnos haciendo cosas como preparar sus proyectos de diseño en iMacs nuevos, hacer ejercicios en fotocopias a color, tener profesores de apoyo y asistentes si hay algún problema, menús sanos y subvencionados, enfermera y mudas de ropa por si hay problemas... ¡Tantas cosas! ...no puedo parar de llorar y cabrearme.

A veces tengo que ir al baño para no explotar a lo loco en una reunión, o en un aula. Cuando veo a los alumnos quejándose porque pidieron el ordenador tarde y les ha tocado un MacBook Pro "de los viejos" me apetece tirarlos por la ventana. Hace 5 años yo estaba llevando mi MacBook Pro, que estaba muy viejo, porque a mis alumnos de un centro en las montañas se les iluminaban los ojos si podían hacer un trabajo con él, aunque fuera unos minutos nada más. Allí no podíamos tocar la flauta en invierno porque las ventanas del aula de música tenían los cristales rotos y hacía frío, y el número de fotocopias (B&W) estaba limitado y contado. Aguantaban a la profe estrenada y cansada porque tenía 21 horas de clase a la semana y tenía que estudiar para las oposiciones y los cursos, y aquí me envían a un spa mientras los alumnos hacen los exámenes a un seminario de personal, para el estrés ¿Qué estrés?

¿Qué sabe esta gente lo que es el estrés? ¿Por qué estos panolos pueden tener estos contratos mientras yo tengo docenas de compañeros de estudios que siguen en el paro en España y que han estudiado como cabrones? ¿Por qué estos chicos malcriados pueden tener una infancia y una juventud con esta calidad, mientras mis niños de las montañas pasan frío, aguantan bullying, vienen sin desayunar y pasan vergüenza porque su padre no les pasa la pensión y tienen que esperar sentados en casa a que su madre aparezca con la consola, así que nadie mira que hagan los deberes o les ayudan a estudiar?

¿Por qué me duele más el pensar en los hongos negros que crecen en la pared de mi vieja aula, que lo que me alegran las 5 salas de cine y el estudio de grabación que puedo usar ahora? ¿Por qué no puedo disfrutar mi situación? ¿Por qué siento que vivir y trabajar aquí es una traición a mis niños?