El derecho a opinar (1916)

Como no veía otra manera de compartir este articulo de la revista ilustrada Bética en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional, he creado este articulo, que me ha parecido bastante interesante para los tiempos actuales.

Estamos padeciendo una fiebre agudísima de oratoria y literatura. No sólo nos creemos con derecho, sino que nos consideramos con obligación de dar nuestra opinión en todo y acerca de todo, aunque no tengamos títulos bastantes de suficiencia para tratar de ello, aunque presentándolo como opinión propia, nos concretemos sólo a repetir en diferentes formas la opinión que como alimento intelectual nos da ya hecha y formada diariamente el periódico que leemos; y esto hace que se desarrolle en nosotros un deseo inmoderado de discursear y escribir, con el que perdemos mucho tiempo y se lo hacemos perder a los demás, sin hacer nunca nada práctico, ni útil. Precisamente cuando en todas las profesiones se tiende a especializar los conocimientos para que éstos sean más profundos y más provechosos, por el innegable adelanto en todas las ramas del saber y por la necesaria división del trabajo humano, más capacitados nos creemos para intervenir en las cuestiones más arduas y de difícil solución, sin esperar siquiera a que los técnicos nos den su opinión, o damos la nuestra tranquilamente en contra de las de aquéllos, negándoles hasta el derecho de ilustrarnos, sin molestarnos en dar por nuestra parte una sola razón, un fundamento racional que la avalore.

Y no es que yo crea que nuestro estudio y nuestros conocimientos deban aplicarse solamente a una rama de la ciencia o a una parte determinada de ella, abandonando en absoluto los demás estudios, en perjuicio de la natural y general cultura que debe tenerse como base de engrandecimiento de la sociedad a que se pertenece, y que el abogado no pueda, ni deba estudiar historia, ni agricultura; ni el químico geografía; ni el médico, matemáticas; no, no es eso, que por el contrario soy partidario acérrimo de esa cultura general que proporcione una buena educacióti científica y artística, que nos permita vivir la vida, dándonos cuenta de lo que leemos, de lo que vemos o de lo que escuchamos, sin perjuicio de aplicar especialmente nuestra actividad a un estudio determinado. Ni mucho menos que no nos agrade deleitarnos con la oratoria y la literatura, como nos entusiasma la música, la pintura y las bellas artes en general.

Es que una cosa es la oratoria y otra la verbosidad, la palabrería vana, sin sentido, sin fondo, sin bella forma siquiera; es que una cosa es la literatura y otra cosa es escribir de lo que no se entiende, de lo que no se conoce, porque con lo uno y con lo otro, además de la molestia que causa oír o leer vulgaridades, o de la ofensa que se dirige al querer hacerle a uno comulgar con ruedas de molino, se hace incurrir a otros en el error, y lo que es peor, en el error intelectual, que es el más grave por las consecuencias que produce.

Se puede ser un buen literato, por lo menos un literato muy estimable, y no conocer una sola palabra de estrategia militar, y es claro que cuanto de esto escriba, por muy bien que escriba, carecerá de valor, máxime si no fundamenta su opinión de una manera técnica y racional; se puede ser un gran filósofo y desconocer en absoluto el proceso de una enfermedad, y por el contrario se puede ser un gran matemático y un gran estratega, sin que esto sea obstáculo para que sean al mismo tiempo literatos de primera magnitud. En la conversación familiar o puramente particular se puede hablar prudentemente de todo, opinar de todo, que de algo ha de hablarse en la tertulia intima y siempre es conveniente esa pequeña y prudente gimnasia intelectual, ese cambio de opiniones, esa transmisión de conocimientos; pero hablar en público para decir insulseces al prójimo, ocasionándole una mala digestión a cuenta de un brindis inoportuno e incoloro, o inutilizando la que pudiera ser provechosa sesión de Cortes, para que lean el Diario de Sesiones algunos de los paniaguados del distrito, a costa de los intereses verdaderos del país, eso no puede, no debe hacerse. Ni mucho menos puede escribirse para el público de lo que no se conoce, de lo que no se ha estudiado suficientemente, porque la letra de molde tiene tal autoridad y tal importancia que en los no versados en la cuestión a que se refiere, puede producirse gran error intelectual, formando una potente pero equivocada opinión, que forzosamente, por errónea , ha de traer grandes males a la patria y a la humanidad.

Felix Sanchez-Blanco