Admitiendo que «hay que saber perder» y que «en esta batalla hemos hecho el ridículo», los españoles han empezado a salir todos los días al balcón a aplaudir al coronavirus a las ocho de la tarde. «Felicidades, tú ganas», exclaman los ciudadanos con vergüenza. «No ha hecho trampas. Ha hecho lo que tenía que hacer. Nosotros, en cambio…», lamentan los españoles, reconociendo que «el virus ha puesto de manifiesto la inutilidad de la política, la tendencia con la que caemos en las teorías de la conspiración y lo idiotas que somos
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Para que aplaudir al mal menor?
Somos el país que llevó el casco de moto en el codo durante más tiempo cuando se convirtió en obligatorio, que pasa de las fotos macabras en los paquetes de tabaco; que apura los límites de velocidad argumentando "si adelantas puedes ir a 130km/h", que vota a quienes roban a manos llenas, porque las leyes y normas están para saltárselas, porque sí, porque da gustito, aunque hacerlo sea contraproducente. Somos la cultura de los que se arriman demasiado, de los que vivimos hacinados porque no sabemos estar solos ni disfrutar de nuestro espacio vital. De los que la mascarilla no paramos de tocárnosla. De los que reclamamos libertad para gilipolleces, pero no para lo importante. Y somos demasiado orgullosos para reconocerlo.
Hay que decirlo más.
Óbviamente esto solo lo puede hacer quien ha sobrevivido, que se cree muy fuerte, sin tener en cuenta que cuidar a los demás es cuidarnos como sociedad. Aunque sea por un simple motivo económico: tener todos estos recursos centrados en minimizar trampeando las consecuencias del virus es perjudicial para prácticamente todo el mundo que vivimos en este territorio que sale en rojo en los mapas.