Cuando Loreto tenía 42 años la enfermedad tocó en su puerta. En 1986 poco o nada se conocía del diagnóstico. De hecho fue en La Coruña donde le abrieron los ojos. Aquí no sabían nada. La entrega de Sindo, su marido, ha sido tal que, como no tenía donde dejarla, se la llevaba al trabajo: si tenía que hacer repartos, la sentaba en la camioneta, taponaba la puerta contra la pared para que no escapara, y así… años.
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Imagino que con 23 años de enfermedad esta mujer ha llegado a ese punto en el que sólo el afecto y el cuidado básico de higiene y alimentación les puede dar dignidad. Lo de este hombre es el heroísmo callado de tantos familiares que se sobreponen a una enfermedad que afecta al individuo y a sus cercanos.