Una historia de Venezuela

En mayo de 2013, dos meses después de la muerte de Chavez, me tocó ir a Caracas por trabajo.

El proyecto, estatal, era un poco complicado para la empresa donde trabajaba, y requería que se presentara in situ a los que decidían el material a suministrar e instalar, en este caso gente del gobierno bolivariano.

Esta oportunidad nos llegó por medio de una venezolana afincada en España, que tenía un hermano militar cercano al general que gobernaba sobre el lugar donde se hacía el proyecto. Laura era (es) antichavista, no así su hermano, fiel seguidor del entonces recién muerto presidente.

Intentando sacar los billetes para Caracas, ya desde la agencia de viajes me dijeron que estaba complicado con tan poco tiempo de antelación. El precio no lo recuerdo exactamente pero rondaba los 3.000€ ida y vuelta.

Laura me dijo que ella se encargaba. Al final volé con TAP (portuguesa) en primera clase (por primera y única vez en mi vida crucé el charco en primera) por unos 2.000 US$. El problema después fue conseguir una factura para entregar a la empresa. Lo que me contaron con respecto a ese precio es que el gobierno debía muchos millones a todas las líneas aéreas que volaban allí, y que por eso si se pagaba en cash se conseguía un buen precio a través de los contactos de allí. Fuera como fuere, una maravilla de vuelo.

Una vez allí, nos llevaron en coche militar al hotel, un 5 estrellas un poco a las afueras del centro. El viaje desde el aeropuerto hasta allá lo recuerdo lleno de dibujos de Chávez, paredes graffitadas de lemas bolivarianos y miles de chabolas a ladrillo visto embadurnando las laderas de las montañas.

Nos dieron una hora para acicalarnos y quedamos aquella mañana a mediodía con los "contactos". El lugar de la cita, el bar junto a la piscina del hotel. Estábamos allí alojados Laura, Jordi (un compañero de trabajo de Laura que hacía una parte pequeña del proyecto) y yo.

Aparecieron tres militares (no me preguntéis graduación porque no la recuerdo), uno de ellos el hermano de Laura. Pidieron una botella de whisky bueno y nos sentamos a charlar de lo divino y lo humano durante horas. De cómo estaba Caracas, Venezuela y de la muerte del presidente (un ferviente seguidor me dijo que no lo habían enterrado, sino que lo habían plantado para recoger sus frutos).

Yo tenía dólares que me habían dado en la empresa para los gastos. El cambio oficial en aquel momento estaba a 7 bolívares por dólar. El hermano de Laura me los cambió allí mismo a 24 bolívares. Según Laura me dijo después, era casi un timo, podía haberlos sacado a 30.

(como comentario off topic, a día de hoy por un dólar te van 2.381 bolívares, según la wiki)

Cuando ya íbamos por la segunda botella, se empezó a hablar en serio del proyecto. De contra quién competíamos, de quién decidía y de a quién había que convencer. Allí me enteré de qué militar era corrupto, de qué ingeniero se iba a divorciar y necesitaba 200.000US$ para comprarse una casa nueva, y de qué jefe de mantenimiento quería un 10% "porque sí".

Tengo que decir que el jefe máximo, que era almirante (o algo así), no era corrupto (según ellos). Era un bolivariano convencido, y antiguo compañero de estudios de Chavez.

Aquella noche nos llevaron a cenar, esta vez en un coche civil. Una de esas enormes rancheras americanas, tipo Pickup.

En la entrada del restaurante había dos pegatinas: un cigarrillo y un revólver, ambos tachados. A la izquierda, unas taquillas de madera, el lugar donde dejar la pistola para recoger al salir, como el abrigo en la consigna de una discoteca.

Al día siguiente era la reunión importante, en el edificio gubernamental. Salí del hotel con mi americana sin corbata, y Laura se descojonó. Me hizo quitarla, decía que allí sólo los que esconden un revólver llevan americana. Subí a cambiarme.

Cogimos por primera vez un taxi, que nos llevó al centro. Una vez entramos al edificio, todos los que allí trabajaban iban con el típico chándal bolivariano, que a mí me parece horrible. Amarillo, azul y mucho rojo.

Competíamos contra un proyecto chino. Nuestro producto era bastante mejor (modestia aparte) y había varias deficiencias en lo que estaba prescrito . El problema era que los interlocutores no tenían ni pajolera idea de lo que les hablaba. Yo no soy técnico, pero lógicamente sé bastante de aquello que explicaba, pero es que ellos eran militares puestos ahí para hacer el trabajo de unos ingenieros que seguramente no eran bolivarianos y habían destinado a otras labores. No es una opinión, me lo confirmaron tanto Laura como su hermano.

Parece que les convencí, gracias al hermano (que se iba a llevar su comisión) y a que varios de allí tenían también su trocito de tarta. Y a que soy muy bueno, qué leches.

Dónde me llevaron aquella noche queda para mis pesadillas, pero vi los bajos fondos de un país con muchos bajos fondos.

Al día siguiente volvía a España. Tenía dos horas hasta que nos llevaran al aeropuerto. Quise cruzar la avenida para comprar algo para la familia en un centro comercial cercano, pero no tuve arrestos. Me dio miedo, por lo que había visto la noche anterior y por el cante que desprendía con mi aspecto europeo. Total, que al final compré unas chorradas en el aeropuerto. Por cierto que una lata de galletas me la abrieron para comprobar que no llevaba droga.

El final de la historia es triste. El proyecto que nosotros presentamos suponía unos 600.000$, más 60.000 de instalación.

Salió a Concurso Cerrado (una especie de Concurso Público con invitación) por un importe de 1.850.000$. La diferencia eran todo comisiones, corrupción pura.

Cuando le dieron al general el Concurso a firmar, le echó un vistazo rápido y pronunció las palabras mágicas: "Esto no se hará". Y lanzó los papeles al escritorio, con desprecio.