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El machismo de las mujeres

[Articulo serio] Una de las cosas que suele quedar implícita cuando se habla de machismo, violencia de género o patriarcado, ya sea en los medios de comunicación o en conversaciones privadas en el ámbito social, es que, como aquel viejo anuncio de Soberano, "es cosa de hombres". No voy a entrar en el debate de si este machismo percibido es real, de si la violencia de género es realmente violencia de género o de la existencia del patriarcado como estructura social, si no en las causas o consencuencias de estas percepciones. Y es que creo que no se pone el foco donde debería ni se da la importancia que tiene al machismo, sexismo y acepción de los roles culturales de las mujeres. Obviamente, se trata de una generalización, por lo que no se trata de una verdad absoluta, pero sí debería servir para apreciar esos comportamientos y esas conductas deshumanizadas y irracionales que se dan entre las mujeres.

Alguno podría decir que, siendo yo hombre, no estoy capacitado para hacer una observación objetiva e imparcial. Quizá, el hecho de que sea hombre, es el que me da una visión más abierta y más crítica, sobre todo a nivel comparativo de relaciones culturales entre hombres y relaciones culturales entre mujeres.

Y es que, por lo que observo, las mujeres son mucho más crueles y más tendentes a la crítica negativa de otras mujeres que los propios hombres. Es decir, que la presión social ejercida sobre ellas procede más a menudo de otras mujeres que de hombres.

En el plano físico es salvaje. Nunca he participado ni oído una conversación entre hombres en la que se critique el aspecto físico de otro hombre al detalle. Puede que algún comentario, por las vestimentas, o por considerar que es "feo". Punto. Cuando los hombres hablamos de mujeres, los comentarios suelen dirigirse a realzar sus características positivas: "qué buena está fulanita", "pues menganita tiene unas tetas...", "esa muchacha tiene unos ojazos". Es extrañísimo una conversación de hombres sobre mujeres que trate sobre quién está más gorda, quién envejece peor, quién se maquilla o no.

Entre las mujeres, sin embargo, estas conversaciones son despiadadas y minuciosas. Es raro el detalle físico que se escape. Desde el aspecto físico después de una operación o un embarazo hasta el fondo de armario, pasando por el vello, los zapatos, el peinado, el maquillaje, la sonrisa, las arrugas y los andares. En definitiva, el esfuerzo personal por resultar atractiva físicamente a los hombres. O mejor dicho, la ausencia de esfuerzo personal. Justo al revés que en los hombres, donde las críticas suelen provenir del exceso de esfuerzo personal: ropa moderna, gimnasio, cuidado físico, ponerse pelo...

Ésto destaca más cuando la apariencia física de las mujeres es un cliché social. Nos meten la idea en la cabeza, mediante los medios de comunicación, del prototipo de persona atractiva, generalmente para vendernos cosas que nos ayuden a conseguir tal belleza. Y la propia publicidad te da una pista de por dónde van los tiros: en los productos para hombres, se hace incapié en la comodidad y en la sencillez: "cinco cuchillas, afeitado apurado con una sola pasada", "con esta máquina te afeitas en la ducha", "un pase, aclarado y adios caspa", "dos fumigadas de desodorante y a ser un imán de chochitos", "pelotazo de aftershave y adios irritación". Sin embargo, en este tipo de publicidad para las mujeres, es raro el anuncio que no tiene un tinte erótico.

En el plano cultural, la crítica es todavía más despiadada si se puede. A casi ningún hombre le importa que otro hombre o una mujer, llegados a cierta edad, aún no haya tenido críos. Sin embargo, en las mujeres ésto es un motivo de conversación. Cierto es que el reloj biológico es diferente en hombres y mujeres, pero lo que se suele criticar no es la elección, sino el propio hecho. Es decir, no se trata de hablar si tal mujer ha decidido o no ser madre, sino de por qué aún no es madre "antes de que se le pase el arroz". Surge un imperativo social de que la mujer tiene que ser madre, no la duda de si quiere ser madre o no. La presión social añadida a este hecho es brutal, y suele provenir de otras mujeres.

La libertad sexual es otra de ellas. Es cierto que los hombres suelen juzgar a las mujeres por su actividad sexual, su posible promiscuidad, pero no lo suelen hacer con otros hombres. Las mujeres critican por su actividad sexual a los hombres y a las mujeres. Parece que pocas se escapan de ser considerada una puta, salvo en círculos sociales más liberales. Además, en entornos rurales, donde aún se mantienen los ritos religiosos como parte importante de las relaciones socio-culturales (amén de la mayor facilidad de ser objeto de críticas) ésto es una losa.

Y por último, queda el plano laboral. Por experiencia, me atrevo a decir que las mujeres son tremendamente más agresivas a la hora de juzgar a sus compañeras femeninas que a las masculinas, sobre todo en puestos que son culturalmente asignados a hombres. De hecho, me atrevo a decir que años de programas e iniciativas para integrar a las mujeres en entornos laborales comunmente de hombres ha hecho efecto en los hombres, pero no en las mujeres. Voy a contar un caso que, siendo personal, podría ser extrapolable y que ayude a entender lo que quiero decir.

Sabéis (casi todos los que me han leído previamente) que trabajo en prisiones. En las instituciones penitenciarias, hay un puesto laboral que es el de auxiliar funcionario de prisiones que, para que me entendáis, son como los "policías" que hay en cada departamento, encargados del orden, el cumplimiento de horarios, informes y observaciones varias, y el registro de actividad y movimiento de los presos.

Los auxiliares funcionarios también pueden actuar como "seguratas". Es decir, en caso de conflicto, pelea, tensiones, etc., pueden usar técnicas coercitivas (que no necesariamente implican violencia) para tranquilizar o reducir a los reos. En todo caso, los funcionarios del módulo "pulsan el botón del pánico" (una simple llamada de Walkie-Talkie) para recibir apoyo.

Estos funcionarios están entrenados en técnicas de minimización de ataques y defensa personal, pero están obligados a llamar a refuerzos en caso de conflicto.

Existe una variable en la asignación de turnos de guardia de los distintos departamentos: no puede haber sólo mujeres encargadas, por lo que en caso de que, tras cuadrar turnos en los que resulta que la guardia se ha de hacer sólo por mujeres, debe haber un funcionario varón presente. Ésto no se hace porque se crea que las mujeres son incapaces o más débiles, sino para evitar problemas de índole sexual (acusaciones, agresiones, abusos, prejuicios percibidos por los presos, etc.). En otras palabras, y dado el complicado entorno penitenciario, que los presos, en caso de conflicto, aleguen falta de profesionalidad de las funcionarias por el hecho de ser mujeres.

Pues bien, el mayor problema en todo esto se da entre las propias mujeres funcionarias de prisiones. No quieren trabajar juntas. Prefieren tener a un hombre que haga guardia con ellas, lo que es absurdo por varios motivos:

  • Porque aunque la guardia esté compuesta por mujeres, siempre va a haber un hombre.
  • Porque un funcionario varón no garantiza la seguridad ni mayor protección, teniendo en cuenta la preparación y el contexto.
  • Por el "botón del pánico" mencionado, al que también acuden mujeres (la superioridad física se basa en recursos físicos múltiples, no individual).

Sin embargo, las auxiliares funcionarias no suelen confiar en sus compañeras. A pesar de que el entrenamiento profesional es el mismo y que las condiciones genéticas son irrelevantes (si un preso decide atacarte por la espalda da igual tener a un "armario ropero" de compañero), denigran a sus compañeras. Porque además, hay otras dos absurdeces:

  • El funcionariado de prisiones actual está repleto de hombres de edad avanzada (50 o 60 años y más) y prácticamente cualquier funcionaria joven bien preparada es superior físicamente.
  • Los presos, salvo casos contados, son extremadamente más respetuosos con las mujeres funcionarias que con los varones. En caso de conflicto, son los propios presos los que se lanzan a proteger a la mujer.

Sin embargo, a pesar de todas estas evidencias, se sigue manteniendo el aura de que las mujeres están menos capacitadas para realizar ese trabajo. Y, mire usted, que piense así un hombre que lleva 30 años de guardia en guardia rodeado de "machotes" podría tener un pase. Pero que lo haga una chica joven que a duras penas llega a los 30 años es un problema. Porque, además, no se trata de deformación profesional. Más de la mitad de los nuevos auxiliares de funcionario de prisiones, tirando por lo bajo, son mujeres. Estas chicas jóvenes vienen con la noción cultural aprendida de que laboralmente son más ineficientes que los hombres.

Y aquí está quizá la parte más importante de este artículo. Todo ésto que he comentado no se trata de algo del pasado, reservado a generaciones anteriores. Todo esto se repite, incluso con más fuerza, en las generaciones presentes y venideras. Escucho conversaciones entre las adolescentes que pasan el rato del recreo en los bancos aledaños al instituto que hay cerca de donde vivo aún más misóginas y sexistas que entre las mujeres maduras que se sientan a conversar en la terraza de un bar. "Le está tirando a dos, es una puta", "si viste como mi abuela", "le dijo que no a fulanito, el único que le hacía caso", "tiene que tener el coño como una selva", "se le salen las lorzas con ese pantalón", "corre así porque es un machungo", "no le hagas caso, está con la regla", "no viene porque está empollando", "cualquier día la echan por el escote", "a ver si menganito se la folla y se le pasa la t0ntería", "tía, si no tienes tetas casi", "tengo que estar a las 10 porque mi madre tiene miedo de que me hagan algo".

Sin duda, hay que darle una vuelta al concepto de "sororidad", tan cacareado por los feministas. Quizá, en vez de tomarlo como un término básico con carga en el género de la persona, se debería basar en el respeto, la humanidad, y el análisis y ruptura de los roles sociales con justificación lógica, que no falta. Como conjunto social, de nada vale que los hombres cambiemos si las mujeres no admiten su responsabilidad y dejan de lapidarse entre ellas mismas por cosas que a los hombres ni nos importan ni nos preocupan, o por cosas que mayoritariamente apoyamos como el aborto libre. Pasaos por las galerías de vídeos y fotos de manifestaciones anti-aborto y decidme cuál es el sexo mayoritario de los que veis manifestándose.

En el feminismo, igualitarismo, o como queráis llamarlo, o remamos todos juntos y nos consideramos todos iguales, o nos morimos de asco y rabia.