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Más procesiones que con Franco: sobre por qué los laicistas no deben tomarse en serio estos días

Vaya por delante mi absoluto respeto al derecho fundamental a la libertad religiosa. Defiendo la libertad de cualquier cofradía a invadir con sus imágenes las calles durante la semana santa, exactamente igual que el derecho de los animalistas a organizar una manifestación por la abolición de la tauromaquia y el de un sindicato a marchar para exigir la subida del salario mínimo. Todo lo anterior son (o en abstracto se supone que son) expresiones de los principios y convicciones más sagradas de los ciudadanos (ideología, credo...), que tienen derecho a usar la calle para exteriorizarlas.

Pero siempre hay discusiones sobre si es lícita la paralización de las ciudades durante 10 días por kilométricas procesiones cuya duración no es en absoluto escasa. Estas discusiones, en el fondo, tienen un trasfondo ideológico-religioso, pues una gran parte de quienes las critican o cuestionan lo hacen porque consideran que las creencias deben quedarse en la casa de cada cual en lugar de invadir el espacio público. Desde mi punto de vista, incurren en un doble error. Primero porque la gente tiene derecho a exteriorizar sus ideas o creencias mientras no fuerce a los demás a compartirlas. Y segundo porque las procesiones de hoy son más folclóricas que religiosas. Y digo más por no decir mucho más.

En Murcia toda la gente mayor dice que hoy hay el triple de procesiones que con Franco. Y efectivamente han surgido un sinfín de nuevas cofradías que aprovechan cada hueco espacio-temporal para desfilar. Murcia es invadida por decenas de procesiones que durante la etapa en que el Estado era confesional no existían. Y nuestra sociedad, paradójicamente, cada vez es menos religiosa. Sólo el 14.4% de los españoles son católicos practicantes www.aciprensa.com/noticias/datos-revelan-descenso-de-numero-de-catolic

¿Pero es realmente una paradoja? En absoluto. A la gente le gusta cada vez más lucir sus galas y sacar la barriga. Le gusta el postureo, las comidas y cenas convocadas con cualquier excusa, desfilar ante miles de personas marcando palmito...la gente es cada vez más vacía y superficial, y se muere por encontrar eventos que le sirvan de excusa para alternar, pegarse atracones y atraer las miradas del prójimo. Por eso proliferan las procesiones cada vez con más asiduidad. Siguen quedando los penitentes sinceros que las conciben como una expresión de su fe...pero me temo que son minoría. Esta afirmación es plenamente lógica si interconectamos la multiplicación de las cofradías respecto de los tiempos nacionalcatólicos de Franco y el brutal descenso de creyentes desde entonces (entre otros motivos porque ya no se lava el cerebro a la gente en la escuela para que sea católica ni se persigue y censura a quien critica a la Iglesia).

Me atrevo a afirmar con conocimiento de causa que el grueso de los sacapanzas que desfilan en las procesiones murcianas, saldrán también en el desfile del entierro de la sardina y en el del bando de la huerta. Y lo afirmo con conocimiento de causa. Alguien me preguntará por qué, si no procesionan por motivos religiosos, eligen cofradías católicas en lugar de montar una pastafari que lleve tronos con enormes mejunjes de espagueti. Muy sencillo: una procesión pastafari no tendría el pedigrí de una muy ilustre y santa cofradía. Pero os garantizo que si viviesen en una ciudad donde la idiosincrasia llevase a la gente a concentrarse ante tronos pastafaris para aplaudir a su paso, se matarían por portar esos tronos. En el fondo, medrar y codearse con "gente respetable" es uno de los principales atractivos que ha llevado a mucha gente a frecuentar "venerables círculos católicos".

Así que, amigos laicistas, no os indignéis cuando veáis una procesión. Si no os gustan, preocupaos de montar desfiles alternativos y de lograr su aceptación social. Os garantizo que si lo conseguís, el grueso de los actuales penitentes (no todos, porque sigue habiendo quien va a estas cosas por auténtica fe) se cambiarán de bando, aunque ello les suponga dejar de portar a su venerado Cristo o a su sagrada Virgen.