Relato corto: Transcripción 31

(Transcripción 31. Diciembre del 1845. Textos garabateados en hojas sueltas y arañados en las paredes de un sótano cuya ubicación es omitida por petición de los propietarios actuales).

Cada noche despierto con más frecuencia y angustia en mi pecho. El zumbido que lleva retumbando en mi cabeza varias semanas resuena cada vez con más insistencia, incluso cuando ya ha conseguido sacarme de mi sueño.

Todos los intentos que hago por deshacerme de este tormento son en vano. Mañana iré a visitar de nuevo al doctor. Si él no puede ayudarme, no sé lo que voy a hacer.

"Hay muy poca gente que llega a percibir… a oír lo que usted oye". Esas fueron las palabras de la anciana. "El sonido de la perdición. A cada paso la tierra tiembla y el océano susurra con su grave y gutural voz. Con el tiempo lograrás entenderla."

Una y otra vez y otra y otra más. La misma pesadilla. Empiezo a vislumbrar cosas en el constante zumbido, pero no son palabras... es como si las captara con un nuevo sentido que no había usado nunca. El fin de todo lo vivo de una manera mucho peor que la simple y complaciente muerte. Nuestros actos, toda esta forma de ser que nos caracteriza, el mal que nos hacemos unos a otros es nimio comparado con lo que nos espera.

Los hombres no somos los primeros en poblar el mundo y no seremos los últimos. No hablo de profecías. Las profecías son solo historias de nuestros ancestros, adornadas con divinidades y héroes para el entretenimiento. Hablo de algo más primordial… telúrico y antiguo.

Hay veces en las que su nombre sale a relucir en las más oscuras reuniones, pero ni siquiera ellos alcanzan a comprender que la magnitud de este destino que nos aguarda no entiende de nombres. Que la perdición que duerme debajo va más allá de toda imaginación humana y más allá de los designios de ningún dios inventado.

Últimamente se ha vuelto insoportable. No sé por qué soy yo el que debe sufrir este tormento… dudo mucho que Él me eligiera a mí o a cualquiera. Pero cada noche que me atrevo a dormir siento su presencia. Está esperando, pero no sé a qué. Quizás esté también más allá del tiempo…

Vagabundeo incansablemente por los callejones oscuros de mi propia mente intentando ocultarme de su presencia. ¿O es que le estoy buscando? Se me hace difícil concentrarme siquiera en las tareas más banales.

Intento huir pero no hay ningún sitio que Él no haya tocado. Todo está maldito… aunque no sé si esa es la palabra correcta para definir su rastro, ya que la palabra “maldito” implica hacer el mal, y esta criatura es mucho más vieja que el bien y el mal.

En verdad espero que cuando por fin despierte y el latido de sus mil corazones resuene tan fuerte que saque las almas de los cuerpos de los hombres, yo ya esté muerto y podrido.

No tenemos escapatoria. No hay donde esconderse. Las alucinaciones… susurran palabras... entiendo las palabras pero no su significado… cada una de ellas se me clava en el pecho y en la cabeza como centenares de agujas…

Está aquí. Que Dios, si ha existido alguna vez, se apiade de todos vosotros porque de mí no lo ha hecho.