Este tipo de avisos no surgió de la nada y tras su origen, que se remonta a casi un siglo y medio atrás, se encuentra la angustiosa historia del rapto de un pequeño niño en Filadelfia y que al mismo tiempo se convirtió en el primer secuestro con petición de rescate que se registró en los Estados Unidos. La historia tuvo lugar el 1 de julio de 1874, un caluroso día de verano en el que los hermanos Walter y Charley Ross (de 8 y 4 años de edad respectivamente) se encontraban jugando en el patio delantero de su casa.
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Recuerdo mucho a esta mujer porque ya de adulto me imagino la soledad que tendría que estar pasando. La primera vez que me dio caramelos se lo dije a mi madre, y por la descripción la reconoció del barrio. No me dijo nada salvo que no comiera los caramelos antes de comer, o que me comiera la merienda en vez de los caramelos. Entre los compañeros quedé como "el que comía caramelos de los desconocidos", diciéndoselo a la profesora (maestra nacional antigua, también entrada en años) que medio se reía, medio se hacía la preocupada.
También de adulto caí en la cuenta de por qué ese rechazo que le tenían mis compañeros. No era tanto por ser una desconocida, sino por su aspecto de anciana ajada, pálida, vestida de negro, con un bolso viejo de piel negra arrugado. Y recordé la imagen de las brujas en las películas infantiles. A mí no me causaba ninguna impresión porque era una imagen muy similar a la de mi propia abuela, una persona que se derretía conmigo y que me ha dado más amor que mis propios padres.
Creo sinceramente que el sentido común de los niños está infravalorado, y que la pantalla que les ponemos para protegerles de los peligros es tan radical y bruta que incluso les perjudica, en forma de deshumanización. Puede sonar a exageración, pero me dí cuenta de ello el día en que pasamos al instituto, y esos mismos compañeros que renegaban de la anciana le daban una patada al bastón de un señor mayor para hacerlo caer y reirse de él cuando salíamos por el barrio a jugar (13, 14 años). Dejé de salir por el barrio, sumado todo esto a un tipejo de veintipocos años que venía detrás de nosotros mientras mis colegas le "bailaban el agua" a cambio de alcohol y tabaco sin que pintara nada en el grupo.
Pobrecillos los muchachos, comiendo caramelos a puñaos al salir de clase y siempre les toca el de "sigue buscando"
El que inventó esa leyenda urbana no tiene corazón.