Simone Biles y el triunfo de los psicópatas

La retirada de la atleta estadounidense por motivos de salud mental ha desembocado una oleada de críticas y mensajes de apoyo de contenido muy dispar. Algunos la acusan de ser una cobarde; otros, de ser un ejemplo y un modelo a seguir para la preservación del bienestar personal.

Posicionarse a favor o en contra de su decisión, o lanzar juicios de valor, tiene un componente peligroso. Y es que, en el fondo, prácticamente nadie de los que comentan su actitud la conoce. No sabe cuál es su forma de pensar, ni conoce sus experiencias vitales, ni su forma de racionalizar los hechos, ni sus sentimientos personales y privados.

Sin embargo, su retirada de los Juegos Olímpicos desvela no poco menos que una constante en la psique humana de aquellos que cargan a las espaldas con las esperanzas y la opinión del público.

El deporte profesional, como la política, los periodistas más mediáticos e incluso la gente del mundo del arte, se basa en un egocentrismo desmesurado de sus protagonistas. Una megalomanía, innata o aprendida, patológica o impostada, de que se es el mejor, el más capaz, el de mejores ideas o mayor eficiencia. El que merece el mayor reconocimiento, la mayor atención. Desde el plano mental, uno no podría atreverse a mostrarse con total desparpajo y con completa confianza si no abandona una percepción realista: que los errores suceden, que nuestra visión del mundo no es la que todo ser viviente tiene, y que hay variables tangibles que pueden delimitar el éxito de una persona en base a sus habilidades.

La competición se basa en ello pues, si no, no habría competidores. Y para competir con éxito y ganar, una vez enfrentado al enemigo cara a cara, lo primero que hay que abandonar es la autocrítica a las aptitudes propias. Repetir mantras de superación, creerse mejor que el contrario.

Es en este punto donde psicópatas y megalómanos destacan. Donde la mayor fortaleza reside en creerse superior al rival.

El competidor profesional, que se adhiera a esta forma de pensar de forma necesitada para conseguir logros, mantiene dos batallas consigo mismo: una por mejorar como competidor en el plano físico y mental, y otra para acallar esa parte de su cerebro que le dice "no estás siendo realista, te estás autoengañando". Y muchos competidores sucumben ante esta última en momentos críticos. Reciben un golpe de realidad, y se vienen completamente abajo. Algunos le echan algo de amor propio y tratan de acabar de la mejor manera que pueden; otros sólo desearían meterse bajo tierra. Y si la opción de dar el testigo a otro existe, lo pasan.

El mundo está lleno de deportistas de dudosa calidad que destacan por descaro y su capacidad de tirarse al barro sin que les importe lo que otros piensen, pues creen ser merecedores de su puesto. Lo mismo ocurre exactamente con los políticos, muchos de ellos absolutamente incompetentes. O con algunos artistas, que a pesar de dar vergüenza ajena se siguen subiendo a los escenarios con orgullo.

Atacar a Simone Biles es atacar a una persona que muestra humanidad. Que, dentro de su auto-exigencia, ha recibido una dosis de realismo que le ha hecho creer que no es digna representante de su equipo olímpico, y ha cedido el testigo a otras que considera mejores que ella. Quizá no haya sido la forma más elegante de abandonar, pero el "sabor" que deja, más después de que una compañera suya se alzase con el oro en individuales, es el siguiente:

Cómo mejoraríamos como sociedad si supiéramos cuando apartarnos, olvidando el dinero, el ego y la fama, dejando paso a personas más capaces o más hábiles. Porque no todo es una competición, o no debe ser una competición. Y aunque así lo fuere, deberíamos ser conscientes de esa parte psicopática nuestra, y velar por un bien mayor y popular, aunque sea contrario o menor al nuestro propio.

Porque al fin y al cabo, y de forma inconsciente, el competidor que mejor nos cae es el que se respeta tanto a sí mismo como a sus rivales, el que lucha desde el plano meramente concentrado en sus habilidades, el que abiertamente reconoce sus fortalezas y sus debilidades. Y eso es porque nosotros también somos humanos, y nos gusta el equilibrio entre razón y emoción como base de nuestra superación y espíritu de justicia.